sábado, 12 de diciembre de 2009

Misserere


Se acostó tarde, podría haber sido una noche insomne si no estuviera programado para el ser el ratón dentro de la rueda del sistema. Justo antes de sucumbir al sueño corto, nunca suficiente, que te garantiza un trabajo aburrido y rutinario se acordó de aquella mujer que años antes le quitaba el sueño. Esa mujer, mezcla extraña de púber y femme fatal, esa especie de Lolita vejada por los años por la que hubiera abandonado el trabajo, la rueda, la jaula y el sistema y que acabó por dejarlo a él una mañana en la esquina de Corrientes y Pueyrredón. Qué esquina la que eligió para deselegirlo. Casi le había parecido una ofensa que lo abandonase en una esquina tan transitada, tan pública, tan a la vista de todos, como si quisiera que el mundo fuera testigo de la milésima exacta en que le rompía el corazón. Ni siquiera una taza de café en el medio como para disimular la mueca de dolor, ni siquiera un cigarrillo que llevarse a la boca para pasar el mal trago. Sólo la saliva espesa y el beso triste del chau, del no me digas chau sólo te pido un tiempo, del igual hablamos, del me podés llamar cuando quieras y de todas esas frases de sobrecito de azúcar patético que se dicen en esos momentos.

De repente, el dolor agudo en el pecho que vuelve, el olor a plaza Misserere que lo inunda.. y la amenaza de una noche de insomnio que no puede permitirse. Busca el control remoto por entre las sábanas, apaga el televisor, calla a la vedette de turno que asegura que hace todo por sus hijos, y se duerme.